Despreocupado entra el niño al cuarto penumbroso de paredes altas. Del centro del techo cuelga una cuerda verdusca y retorcida en cuyo extremo difunde su luz mortecina una bombilla cubierta de pontitos marrones dejados con apremio por innumerables moscas, en el centro de la habitación un hombre vestido con traje gris de dril, la camisa apuntada hasta el botón del cuello, coloca cobijas una sobre otras, frazadas de lana de cuadros y rayas de colores opacos, el niño mira hacia la puerta entre abierta que da a la calle. El sol de la tarde extiende su luz dorada sobre la madera de un azul desvaído. El contraste de luz y sombra resulta fascinante. El niño se sienta al pie de la puerta, se quita la camisa, entorna sus ojos grandes y se dispone a recibir la canción tibia del sol. No piensa en nada, los minutos transcurren lentos y deliciosos. Súbitamente un chasquido seco, doloroso, incisivo como el coletazo afilado de un reptil. Un delgado surtidor de sangre se eleva del brazo el niño grita y corre a la habitación interior, las mujeres lo detienen y le lavan la herida. El recuerdo se diluye en las tinieblas, el fuetazo del padre lanzado por la hebilla ha dejado su rastro perenne sobre la piel morena.
MM año 2000

2 comentarios:
Marcas que quedan.... cicatrices talladas en el alma con las que se tiene que crecer.... mas alla del deseo mismo
... pero que terminan constituyendo nuestro deseo....
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