miércoles, 3 de junio de 2009

CONTROLANDO LO INCONTROLABLE





Sólo cuando mi mente se conmovió entera
Cuando luchaba contra fuerzas oscuras,
desenfrenadas.
Pude, sola en mi necesidad,
sentir con temor
Que cada poeta canta
únicamente su propia pena.
Anna Freud (1918)

Escribir, no se… o no sé escribir, solo en momentos se responde a la necesidad que se impone de volcar sobre el papel o las teclas, pensamientos y sentimientos que se cruzan y que tienen el privilegio o el infortunio (no sé), de no quedarse almacenados en el lugar recóndito de la inexistencia.

Deliberar sobre el proceso que deviene del pensamiento y que se traduce en palabras para ser interpretadas, conduce a poner de manifiesto la necesidad de decir, de ser escuchado, de ser entendido y aún más de ser comprendido a través de una interpretación que será realizada por otro, que habrá de utilizar artilugios construidos por él para intentar acercar la realidad expuesta a la suya en el afán de encontrar quizá respuestas a la incertidumbre que puede generar el vació mismo de la existencia y terminar por apropiarse, mediante en un acto un tanto confuso que le conduce a la identificación y hacer cada vez mas propio lo ajeno.

Desde esta perspectiva es posible argumentar que la necesidad de asumir el vacío de la existencia nos conduce en busca de las tan anheladas respuestas a las preguntas que por momentos parecen tan singulares pero que resultan siendo tan comunes en este transitar existencial, que solo difiere de momentos en cada uno de nosotros. Es así como llego a la conclusión de que es necesario vincular elementos que nos permitan cimentar y articular todo este desazón que por momentos se experimenta y permitir darle un significado que ancle, que anude nuestro ser a un puerto un tanto seguro.

Por excelencia he de privilegiar la palabra como mecanismo que permite recrear nuestros pensamientos dándoles forma, que han de fluir después de la gran elaboración realizada por la represión para que al ser difundidos no resulten amenazantes, provocadores, sin escrúpulos, poco recatados, aberrantes e inmorales, y con ello intentar ahorrarse el alto precio de la distorsión cuando se empecinan en asomándose al terreno de lo real para que sean escuchados.

La palabra es por excelencia el recurso simbólico que permite soportar lo que aquella falta estructural supone, es privilegiada como elemento que goza del poder para trasverzalizar sentires. Posibilita poner al descubierto nuestras más profundas pesadumbres e incertidumbres y darles un lugar en el exterior, evitando que el cumulo de estas que puede generar la explosión del ser.

Escribir nos ubica en posición de dar respuesta pero ¿respuesta a que?
Lo anterior nos conduce entonces a dar lugar a ciertas particularidades humanas que van más allá de los actos mismos y donde hay una lucha infranqueable entre nuestros deseos y nuestros actos dado el dolor que se funda en el ser cuando logra que esos actos discurran en contra-vía del deseo que los preexiste, ¿pero que seria de la humanidad si no fuera así? Se llega a la conclusión entonces que es necesario que exista una regulación en el sujeto que le permita someter su deseo, sin embargo esto no garantiza que dicho deseo ha desaparecido (He ahí el origen de síntomas, traumas y demás).

Bajo este orden de ideas el pronóstico se ve aun más turbulento… parece que el mandato es: -ante el advenimiento del deseo, obstaculizar su incursión en la escena pero seguir padeciendo las consecuencias de imponérsele- . Es una lucha constante que aunque aparentemente se logre pacificar, en el silencioso interior del hombre, continua librándose una batalla a muerte, los contendores solo esperan el momento en que uno de los dos baje la guardia para imponerse de forma intempestiva, mordaz, contundente, dejando al sujeto en el mismo instante preso en la angustia que le puede generar lo incontrolable, he allí la incursión del inconsciente.

Hablar de lo incontrolable es hacer referencia a eso que no podemos aprehender así lo intentemos, que como el agua se escurre de nuestras manos por más que intentemos retenerlo, y el inconsciente nos conduce a hablar de la pulsión (trieb) que emana directamente de él, que a diferencia de instinto se caracteriza por lo inagotable de su fuerza, es una presión constante que emerge del interior del sujeto y es imposible detener, no cesa de reclamar su lugar, no hay huída posible contra ella, esta presión constante viene a subrayar que no hay objeto que colme, que satisfaga dicho apremio.

En medio de esta sensación que ahoga y constriñe por la inmovilidad que transmite es importante focalizar una posibilidad… una salida… que permita desanudarse, soltarse de tal situación aprisionarte; es aquí entonces cuando empieza a cumplir su magna función “la palabra” como medio para verter el volcán que se gesta en el interior día tras día. La palabra es pulsión. La pulsión, para poder acceder a la psique, debe enviar delegados que hablen en el lenguaje de ésta. La representación, sea en su forma originaria, el pictograma, o como representación-cosa, o representación-palabra, es una delegada de la pulsión. El otro delegado de la pulsión, y que acompaña a la representación, es el afecto.

La pulsión ese caótico motor que nos constituye no tiene objeto ni fin, la mejor enseñanza será aquella que forma personas dispuestas a tolerar el vacío de la existencia. Asumir el vacío de la existencia no supone rendirse a la desazón, sino hacerse cargo –mediante el recurso simbólico- del retorno pulsional que aquella falta supone.

Es verdad que la pulsión no se educa, pero por la misma razón Lacan sostiene que un análisis reposa en el saber en fracaso y no en el fracaso del saber, la mejor educación –la que sirve y ayuda a las personas y no a la explotación del hombre por el hombre es aquella que apunta al nudo del pasaje al acto con una pregunta: ¿Para qué?


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